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El Último Caballero: Salazar de Newin. Prefacio

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Jadeante iba el caballero, goteando sangre y pus. Con brazos ya agarrotados cargaba, en sus ahora inútiles músculos, un niño al que cubría con un manto de colores verónica, como el morado en la lavanda; y gualda, cual dorado Sol. Las manchas del rojo sangre y la mugre, que de su cuerpo y manos con callos se escapaba, hacían de más adorno a la santa tela.  No había tregua en su veloz andar. No hubo tampoco duda, agua o pan; solo su ansia lo empujaba a seguir. No frenó ni descansó: continuaba así estuviese falto de energía y luchaba por mantener el ritmo, aún con las perpetuas punzadas al pecho que le señalaban una muerte no tardía que se aproximaba con alarmante velocidad.  Cazadores lo seguían a la distancia, llevando con ellos hierro, fuego y traición. El plomo retronó en la espesura del bosque, buscando dar con la dirección del caballero que, en su frente —de piel tan pálida como las propias nubes — dejaba marcar hematomas que se u...